Sobre la nueva España de Bevin y la vieja controversia de la FER

España regresó de su triangular en Namibia con un par de victorias sobre los anfitriones y Zimbabue, resultados necesarios para un grupo que se está formando y sobre el que pende la incomodísima comparación con el bloque formado hasta la temporada pasada por Regis Sonnes, con su legión de franceses de ascendencia española en refuerzo del equipo. A partir de febrero España va a jugarse la clasificación para la Copa del Mundo de 2015 y ya sabemos, por el comunicado que la Federación Española de Rugby publicó el lunes en su página web, que el equipo de Namibia va a ser la base de ahora en adelante y también para la cita europea. Por tanto, el modelo Sonnes queda en vía muerta. Algunas certezas en todo este asunto parecen incontestables: 1) España fue mejor con las incorporaciones de esos jugadores franceses, logró resultados y elevó el nivel competitivo. 2) De ahí surgieron dos corrientes de opinión: la que considera que un combinado nacional con sólo tres o cuatro españoles (en el partido contra Georgia, por ejemplo) supone un falseo del verdadero nivel del rugby en este país, un atajo que puede generar beneficios inmediatos, pero que no asegura un camino de crecimiento futuro; y, al otro lado, quienes consideran que la crecida del quince del León permite generar una plataforma de optimismo, interés y presencia del rugby en España, con el objetivo del Mundial de 2015 como catalizador. Y 3) En la nueva era de Cancho en la FER, y de Bryce Bevin como seleccionador, el modelo ha vuelto a cambiar: en la primera convocatoria, para la gira de esta ventana de noviembre con Namibia, España volvió a ser un equipo con mayoría de españoles y unos cuantos jugadores elegibles pero no nacidos en el país. Combinación que es habitual, normal y generalizada en todas las selecciones del mundo, y desde luego en las mejores. De Italia a Inglaterra o de Gales a Escocia. Puede que la única excepción a ese nivel sea, por lo que uno sabe y sin perjuicio de ignorar matices que se nos escapen, los Pumas.

Cuando vimos la primera convocatoria de Bevin se nos ocurrió pensar si, para no forzar la sensibilidad de los clubes franceses que debían ceder a los internacionales españoles en sus filas, España habría preferido baquetear en África a una selección más local; no quemar naves, digamos diplomáticas, con la vista puesta en el Europeo de febrero, en el que se va a jugar mucho de su futuro mundialista. Ahí, en ese escenario mayor y en el momento de más necesidad, el contingente francés regresaría a un grupo del que nunca había salido, en realidad, y vendría a reforzar (todo o en parte) la nueva idea que Bevin tenga del equipo. Más allá de las opiniones, hay que respetar las filosofías de trabajo y la concepción de cada proyecto. Otra cosa es que en el deporte los resultados constituyen un factor de tremenda importancia, decisiva, a la hora de los juicios. Eso sí, al no ser el rugby un deporte plenamente profesional en España, tal consideración permite unos cuantos matices. En cualquier caso, es asunto que veremos en los próximos meses. Por ahora lo que sabemos es que, a la vista de la comunicación publicada por la FER, la vía hispano-francesa está cerrada: el escrito hablaba, implícita o explícitamente, de trabas, renuncias, acusaciones y amenaza de sanción de acuerdo a las regulaciones de la IRB al respecto. Un tono algo sombrío en torno a un equipo que había tenido, desde luego, una actuación esperanzadora en África. ¿Cuánto de esperanzadora con respecto a los que van a ser sus rivales en febrero y marzo? Es difícil saberlo. Están todos en un pañuelo en el ránking de la IRB. España es 19ª. Georgia (17ª) y Rusia (20ª) están jugando este mes con Fiji (14ª), Japón (15ª) o Estados Unidos (16ª), que parecen un escalón por encima. Rumania (18ª) se cruzó también con los japoneses. Portugal (21ª) ha salido a Sudamérica para encontrarse con Uruguay (22ª) y Chile (25ª). Todos esos europeos, más Bélgica (23ª), serán los rivales en el Europeo a partir del dos de febrero próximo.

Todo este asunto presenta tantos ribetes y admite tal cantidad de opiniones que merece la pena escucharlas todas. A uno, la verdad, le resulta muy complicado armar un criterio absoluto sin incurrir en contradicciones. El caso nos recuerda a las reuniones de vestuario que teníamos en el equipo cuando nuestro entrenador tensaba la cuerda con el club para buscar fuera, lejos, donde se hiciera necesario, jugadores que nos reforzaran y nos permitieran subir de nivel. Nuestro mundial de 2015 era el ascenso a Primera Nacional. Durante unos cuantos años —los mejores, más formativos, más divertidos y emocionantes de mi modestísima vida como jugador de rugby— ganamos nuestra Liga, cruzamos armas y vencimos partidos intermedios de las fases de ascenso, jugamos dos años en esa categoría, volvimos a bajar y nos estrellamos varias veces en la misma orilla, en la última eliminatoria con los equipos vascos, a los que no alcanzamos a superar. No me importa tanto esta historia personal como el debate que constantemente se generaba entre aquellos jugadores que aceptaban que nuestro equipo familiar, local, comarcal, una escuela de cerca de medio siglo, se nutriera de lituanos, rumanos, georgianos, sudafricanos o franceses traídos a cambio de un cierto trabajo de formación con los chicos del club, un lugar para vivir y una pequeña remuneración. "Si nos quedamos en la regional, acabaremos por morirnos", se decía a favor de aquellos fichajes. Otros jugadores y veteranos del club, muy fogosos, defendían que no hacía falta ir a buscar a nadie a lazo ni pagarle dinero y casa, o buscarle trabajo; que no era necesario ni merecía la pena, que había un grupo de chicos y gente educada desde abajo, que llevaba partiéndose los cuernos meses y años, y merecía la oportunidad de intentarlo. Y, llegado el caso, de fracasar. Uno nunca supo de qué lado ponerse. Siempre tuvimos sentimientos contradictorios al respecto y estuvimos de los dos lados, si es que era posible, tomando la única posición que sentíamos verdadera: quien se pusiera la camiseta del Semi, hubiera nacido aquí o al otro lado del mundo, sería un jugador del Semi con todas las consecuencias. E iríamos juntos a donde hiciera falta. Vinieron algunos, se integraron bien, jugaron; otros trataron de sacar tajada; con alguno hubo que discutir por cuestiones personales o porque quería mandar y saber más que todos los demás, incluido el entrenador. A varios los extrañamos y seguimos recordando sus hazañas en el campo y fuera. No volvimos a subir a Primera Nacional y pasamos un periodo duro de transición, duda y temor por el futuro. Pero el club sigue donde siempre estuvo, formando otro equipo, jugando con chicos cada vez más jóvenes y algunos gallos de pellejo antiguo. Y esto sin ánimo de señalar(me)...

No trato de establecer comparaciones ni de explicar un caso tan complejo desde la simplificación de un equipo menor. No es lo mismo un club amateur de chicos que una selección española. No son los mismos los objetivos, las necesidades y la capacidad. Pero, en cierto modo, el rugby español no se diferencia gran cosa en los cambios de nivel, hay comportamientos coincidentes y una esencia común. En el poco tiempo que uno lleva atendiendo más o menos profesionalmente el rugby español, ha percibido que la nueva federación muestra un aparente poco interés por explicar o explicarse. Digo esto desde el máximo respeto a toda la gente que trabaja ahí dentro; no trataremos aquí de decirle a nadie cómo hacer su trabajo. Sólo de establecer percepciones que, desde el punto de vista de un periodista deportivo, resultan llamativas. Por ejemplo, que de clubes como El Salvador o La Vila nos llegaron comunicaciones sobre sus jugadores seleccionados para el triangular de Namibia unos cuantos días antes de que la propia FER hiciera oficial y pública la convocatoria: a uno, acostumbrado durante años al funcionamiento a este respecto del fútbol y otros deportes profesionales, la cuestión le procuró extrañeza. No por la diligencia de los clubes, sino por lo que de incoherente provocaba ese (des)orden de las cosas. No tiene gran importancia práctica, pero es un detalle. Otra cosa es que, ante la expectación sobre si los franceses seguirían viniendo a jugar con la camiseta del León, uno echaba de menos que con la convocatoria viniera adjunta no sé si una comparecencia de Bevin, creo que habría de ser de Bevin, explicando de algún modo la situación, los movimientos que se han hecho, cuál es la disposición o no disposición de clubes y jugadores, cuál es la estrategia de la FER... Esas cosas. Ni un club ni una federación tienen por qué dar explicaciones y relatar todas sus políticas de manera pública. Por eso insisto en el respeto al trabajo de quienes lo ejercen: las estrategias no tienen por qué coincidir con el interés o la conveniencia de los informadores. Pero a veces, muchas veces, merece la pena hacerlo. Por bien propio y por el común. Hablo de una rueda de prensa o algún tipo de contacto que permitiera a los periodistas que siguen el rugby español y que lo publican en sus diferentes medios (de manera verdaderamente entusiasta, apasionada y concienzuda) hacer las preguntas correspondientes a ese y otros temas. No tiene por qué haber temor a las preguntas ni a las respuestas. La controversia es inherente al deporte, sobre todo al profesional. El cruce de opiniones también. El fútbol, en general el deporte, ha liofilizado mucho sus mensajes, pero sigue valorando la posibilidad de explicarse públicamente, porque de ese modo permite (a la prensa, sí, pero sobre todo a los aficionados) entender por qué o por qué no se hacen las cosas. De otro modo proliferan las hipótesis, basadas en más o menos conocimiento real de lo ocurrido, se enrarece el ambiente, quedan afiladas las posturas y lo único que crece no es el rugby, considerado como una realidad de conjunto en la que todos trabajamos desde una u otra posición, sino la desconfianza mutua. Y se convierte en una melé en la que cada una de sus partes empuja para un lado diferente. Eso, como cualquiera que haya estado ahí dentro sabe, sólo abona el terreno para el desastre: que uno se hunda y arrastre a los demás, o que el otro te pase por encima.

El comunicado de la federación este lunes sustituye a la rueda de prensa o a las explicaciones a este respecto. En mi modesta opinión creo que lo hace de forma insuficiente y con un estilo que merece algunas enmiendas. Pero algo sí es verdad: da la impresión de que, al margen de que su política de cuidar y animar a los jugadores franceses del León haya sido más o menos acertada en estos últimos meses, las federaciones se ven a veces desarmadas para hacer efectivo el inalienable derecho de convocatoria de jugadores que establece la Regulación 9 de la IRB. Y crece el ruido que acusa a los clubes franceses, no sólo en el caso de España, sino en general, de poner cada vez más trabas, más o menos visibles, para liberar a sus asalariados. Lo pensé de nuevo cuando ayer leía unas opiniones al respecto del lenguaraz Eliota Fuimaono-Sapolu, el veterano samoano que criticó en la última Copa del Mundo las prerrogativas de los equipos de primera línea a la hora de establecer los calendarios y horarios de los partidos en el torneo. Fuimaono-Sapolu podrá perderse a veces en una vehemencia algo pirotécnica, pero es abogado y muchas cosas de las que dice tienen la coherencia argumental que (debería otorgar) el ejercicio de las leyes. Hace pocos días, un ex técnico de tres cuartos del club francés Racing Metro, Simon Mannix, acusaba al club parisino de haber pagado dinero a sus jugadores fijianos para que renunciaran a ir con su selección a la última Copa del Mundo. La polémica sobre si Toulon, como advirtió de manera pública el mismo Bernard Laporte, cederá o no a sus Lions para el tour de junio en Australia, si no ha acabado la competición de clubes, amenaza con derivar hacia una conflagración de primer orden. Más allá del respeto a la tradición, o precisamente por eso, los Lions son una de las convocatorias que la IRB establece como de liberación obligatoria de jugadores. La normativa es clara y tiene sanciones deportivas y económicas en caso de que no se cumplan. A esas sanciones se refiere la federación española en su escrito. Sin embargo, el tema se está volviendo ingobernable: "Hay muchas formas de 'convencer' a un jugador para que renuncie a jugar con su país... El asunto es que habrá pocos jugadores que hablen de todo esto, porque lo que principalmente quieren es mantener sus trabajos". Así lo expresa Fuimaono-Sapolu, hoy jugador del Coca-Cola Red West Stars japonés. Cualquiera nos damos cuenta de eso y asumimos que algo de convicción estará mezclada en el caso que nos ocupa. En sus declaraciones, marcadas por la cautela, el samoano subraya que no está seguro de que la vía punitiva sea la solución para este problema; y aboga por una concienciación general de todo el rugby, al que llama a abrazar el espíritu que defiende esa Regulación 9: que los jugadores accedan al rugby internacional es bueno para ellos, sus países, sus clubes y el crecimiento y el prestigio del deporte en general. Una postura platónica que, nos parece, viene arrasada por el mercantilismo de hoy.

El rugby debería adoptar o adaptar una postura firme al respecto. Esto en general, porque la tensión va creciendo ligera pero imparablemente, como demuestran las últimas revelaciones acerca de Fiji y el Racing Metro; o las palabras de Fuimaono-Sapolu. No puede ser que, con la excusa del rugby profesional y el "yo soy el que paga y yo decido", los clubes ejerzan el papel de padroni, como si los jugadores fueran una mercancía sin otro derecho que el cumplimiento de sus contratos. A la IRB le corresponde ordenar con sentido común, sensibilidad y firmeza todas las nuevas realidades que comporta el deporte en su profunda, constante transformación. Y, con respecto a la FER, si no ha hecho todo lo posible o todo lo adecuado para seguir contando con los jugadores hispano-franceses, habrá que demandárselo. Siempre que esa fuera su intención, claro. Querríamos saber si se pudo negociar o no se pudo hacer en absoluto, con los clubes y con los jugadores. Si de verdad se quería o no se quería explorar la vía abierta por Sonnes o regresar a otro modelo. Qué vías intermedias de entendimiento buscaron las partes. Son estos detalles los que precisan aclaración. Si no la hay, lo más probable será que, poco a poco y con el tiempo, todo salga a la luz. O bien salga tergiversado, incompleto. Lo que es mucho peor. Porque en febrero vendrán los resultados deportivos y ahí habrá, de forma inevitable, un juicio final. Hay quien asume de antemano, a la vista del año pasado, que España sería más fuerte si siguiera contando con los jugadores que aportó Sonnes. Y que sus posibilidades de alcanzar los objetivos mundialistas sufren un recorte fatal sin el refuerzo de los Pelouchon Peluchon, Pradalie, Visensang Vissesang, Roulet Rouet o Malie... De momento, España viene de ganar sus dos primeros partidos, el segundo ante Namibia, mundialista en Nueva Zelanda y equipo de su liga. Hay que permitir al grupo actual de Bevin demostrar hasta dónde puede llegar: se lo ha ganado con su presencia y los dos partidos en África. Al final, uno muy desde fuera tiene la impresión de que el rugby español siempre anda redefiniendo su estructura, sus ideas, las personas, los objetivos y las fórmulas. Para acabar todas las veces en un lugar parecido. A veces tenemos accesos pesimistas: si después de cien años de rugby en España es aquí donde estamos, a lo mejor es que no podemos estar en ningún otro sitio. Ojalá esto sea un efluvio de desesperanza, nada más.


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